Aquellas cosas que les suceden a una persona son los reflejos de sí mismo; es el destino que le persigue, del cual es incapaz de escapar bajo ningún esfuerzo, ni de evitar mediante la oración, es el demonio implacable de sus propias malas acciones exigiendo y haciendo que se pague lo que se debe; esas bendiciones y maldiciones que vienen a él de forma espontánea son los ecos reverberantes de los sonidos que él mismo envió.
Es este conocimiento de la Perfecta Ley que trabaja a través y por encima de todas las cosas; de la perfecta justicia operando y ajustando todos los asuntos humanos, que le permite al hombre bueno amar a sus enemigos y elevarse por encima de todo odio, resentimiento y queja; porque sabe que sólo lo que le pertenece puede llegar a él y a pesar de estar rodeado de perseguidores, sus enemigos son los instrumentos ciegos de una retribución intachable y por eso no los culpa, sino que con calma recibe sus cuentas y pacientemente paga sus deudas morales.
Pero eso no es todo, no se limita simplemente a pagar sus deudas, sino que debe tener cuidado de no contraer ninguna otra deuda. Él se observa a sí mismo y hace que sus acciones sean impecables. Mientras paga las cuentas del mal, está poniendo buenas cuentas. Al poner fin a su propio pecado, lleva el mal y el sufrimiento a su fin.
Ahora vamos a considerar cómo opera la Ley en la manifestación exterior del destino a través de acciones y carácter. En primer lugar, vamos a mirar el presente, porque el presente es la síntesis de todo el pasado; el resultado neto de todo lo que el hombre ha pensado y hecho, todo está contenido dentro de el.
A veces se puede ver que el hombre bueno fracasa y el hombre sin escrúpulos prospera, un hecho que parece dejar fuera todas las máximas morales como el buen resultado de la rectitud, y debido a esto muchas personas niegan la operación de cualquier ley justa en la vida humana e incluso declaran que principalmente son los injustos los que prosperan.
Sin embargo, si existe la ley moral y no se altera o perturba por las conclusiones superficiales. Hay que recordar que el hombre es un ser cambiante, un ser en evolución. El hombre bueno no siempre fue bueno; el hombre malo no siempre fue malo. En un gran número de casos, hubo un tiempo, incluso en esta vida, en que el hombre que ahora es justo, era injusto; cuando el que ahora es conocido como un tipo gentil, era cruel; cuando el que es ahora es puro, era impuro. Por el contrario, en varios casos, hubo un tiempo en esta vida, en que el que ahora es injusto, era justo; cuando el que ahora es cruel, era una gentil; cuando el que ahora es impuro, era puro. Por lo tanto, el hombre bueno que hoy está superado por la calamidad está cosechando el resultado de la mala siembra del pasado, más tarde cosechará el feliz resultado de su buena siembra actual; mientras que el hombre malo ahora está cosechando el resultado de su buena siembra previa; más tarde cosechará el fruto de su mala siembra actual.

Las características son hábitos mentales fijos, el resultado de los actos. Un acto que se repite un gran número de veces se convierte en inconsciente o automático, es decir, que a continuación parece repetirse sin ningún esfuerzo por parte de quien lo realiza, de modo que le parece casi imposible no hacerlo y entonces se convierte en una característica mental.
Aquí está un hombre pobre sin trabajo. Él es honesto y no es un haragán. Él quiere trabajar y no puede conseguirlo. Él se esfuerza mucho y sigue fallando. ¿Dónde está la justicia? Hubo un tiempo en el estado de este hombre cuando él tenía un montón de trabajo. Se sentía tan agobiado que lo eludía y anhelaba la quietud, pensaba en lo agradable que sería no tener nada que hacer y no apreciaba la bendición de su trabajo. Su deseo por quietud ahora se manifestó, pero el fruto que deseaba y que creía que tendría un sabor dulce, se ha convertido en cenizas en su boca. La condición que anhelaba, es decir, no tener nada que hacer, se ha alcanzado y allí se ve obligado a permanecer hasta que haya aprendido a fondo su lección. Y sin duda él ha aprendiendo que la quietud habitual es degradante, que no tener nada que hacer es una condición de miseria y que el trabajo es una cosa noble y bendita. Sus antiguos deseos y actos lo han llevado donde está, pero ahora su deseo actual de trabajar, su incesante búsqueda y pidiendo por ello, de seguro le traerá su propio resultado beneficioso. Ya no desea la pereza, su condición actual, es la causa de que ya no se propagará, pronto pasará y va a obtener un empleo y si toda su mente se establece ahora en el trabajo, entonces él va a prosperar en su industria.
Entonces, si él no entiende la ley de causa y efecto en la vida humana, se preguntará por qué el trabajo viene a él aparentemente sin buscarlo, mientras hay otros que buscan enérgicamente y no pueden obtenerlo. Nada viene espontáneamente; donde está la sombra también está la sustancia. Lo que viene al individuo es el producto de sus propias acciones.
Extracto del libro “El Dominio del Destino” por James Allen / Traducción Marcela Allen
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